di Marco Bolognini
En estos días de borrasca financiera y profunda preocupación económica, resulta crucial e históricamente muy interesante el mensaje que los diversos Gobiernos de los Estados miembros quieran transmitir, no sólo a sus propios ciudadanos, sino también al conjunto de inversores del Viejo Continente. Hay mensajes directos y mensajes indirectos: entre estos últimos, se incluyen los avisos y advertencias que podemos definir de la categoría “habla con la nuera para que se entere la suegra”.
Digo y no digo, pero transmito el mensaje de forma contundente. Es posiblemente el caso del Gobierno italiano quien, este mismo lunes, ha anunciado su intención de dejar abiertas las puertas de Telecom Italia a inversores foráneos – probablemente fondos árabes- diluyendo de esta manera la presencia de Telefónica en la operadora italiana, al desincentivar expresamente un aumento de su inversión.
Paralelamente, con el caso Alitalia el mismísimo Berlusconi está jugando otro partido en la misma sala, si bien en una mesa distinta. Una vez desechadas las opciones de relevo de la compañía por parte de inversores (o partners industriales) extranjeros, el Gobierno ha propiciado la llamada “cordata” de ilustres empresarios italianos a quienes Berlusconi ha prometido facilidades y esfuerzos que no se habían barajado en anteriores ocasiones con posibles adquirentes extranjeros. Sin embargo, il Cavaliere ha tenido y tiene desencuentros diarios, en su negociación, con la ciega arrogancia de los sindicatos implicados en el culebrón de la línea aérea; los mismos sindicatos que intentarán imposibilitar cualquier tipo de solución que menoscabe sus intereses particulares, sin importarles demasiado el interés general de un país que ha invertido, mediante sus contribuyentes y durante muchos años, ingentes cantidades de dinero para subvencionar la aerolínea.
Utilizando como referencia las dos actuaciones mencionadas, no es tarea imposible la de bosquejar el mensaje que el Gobierno italiano está transmitiendo: se sigue manteniendo la impostación básicamente proteccionista sobre los sectores clave de la economía italiana de una forma, además, especialmente efectiva contra potenciales inversores o partners europeos.
Habría que preguntarse si la formula que se está utilizando es, hoy en día y a medio plazo, la más eficaz y apropiada en un cuadro globalizado de crisis financiera y escarmiento económico. Mala tempora currunt, pero nada novedoso se entreve en el horizonte de la gestión del sistema económico italiano. Cabe esperar cierta decepción de algunos observadores internacionales hacia Berlusconi; quienes ansiaban cambios significativos sobre el supuesto proteccionismo nacional, le acusarán de haber hecho suya la frase de Tancredi, en la novela El Gatopardo: “Si queremos que todo siga como está, tiene que cambiar todo!”.
También se le juzgará por los resultados que conseguirá con Alitalia, con especial atención a la postura que adoptará definitivamente el Gobierno hacia los sindicatos y al coraje con el que se enfrentará, de ser preciso, a la toma de decisiones impopulares y dolorosas.
Si de todo ello puede derivarse alguna consecuencia, no es descabellado pensar que por algunos se invocará la aplicación del principio de reciprocidad en las relaciones transnacionales de inversión. No es el mejor escenario para una Unión Europea que debería remar compacta en un mismo sentido, máxime en la actual tesitura y especialmente cuando tanto se había hablado, con énfasis y aparente entusiasmo, de “eje económico mediterráneo”.
pubblicato il 21 settembre 2008 su Expansiòn – principale quotidiano economico spagnolo